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fhuezo

¿Puedes Guardar un Secreto?

Señor, ¿quién es? —preguntó él, reclinándose sobre Jesús. —Aquel a quien yo le dé este pedazo de pan que voy a mojar en el plato —le contestó Jesús. Acto seguido, mojó el pedazo de pan y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón.

Juan 13:25-26 (NVI)


Imagínalo; los discípulos estaban comiendo su última cena con Cristo. De repente, Jesús anunció que uno de ellos lo traicionaría. Estoy segura de que no podían creer lo que estaban escuchando. ¿Cuál de ellos traicionaría a su amado Maestro? Todos lo amaban. Todos habían dejado a sus familias para seguirlo.


Juan, el más joven de ellos, estaba sentado al lado de Jesús. Pedro le pidió que le preguntara a Jesús quién era el traidor. Me resulta peculiar que, aunque Jesús no quería revelar el pecado de Judas al grupo, le confió este secreto a Juan. Jesús le dijo que el traidor era al que Él le daría el pedazo de pan que mojaría en el plato.


No creo que yo hubiera podido guardar ese secreto. Probablemente habría tratado de detener a Judas, pero eso no habría hecho nada más que traicionar la confianza de Jesús. Sabemos que Juan no hizo eso. Él era digno de confianza. Era tan confiable que, aunque Juan era joven, Jesús dejó a su madre a su cuidado.


Si me lo permiten autoevaluémoslos por un minuto hoy. ¿Somos dignos de confianza? ¿Pueden nuestros amigos confiarnos sus secretos? La Biblia nos pide que llevemos las cargas los unos de los otros (Gálatas 6:2), pero a veces es difícil confiar en el pueblo de Dios. Los cristianos que cuentan lo que prometieron ocultar hieren a mucha gente.


Muchos ni siquiera confían en sus propios pastores porque estos los han traicionado en el pasado, pero eso debe cambiar. Como solo podemos cambiarnos a nosotros mismos, quiero invitarlos esta semana a tomarse un momento para reflexionar. Si somos el tipo de personas que no pueden guardar secretos, consideremos las consecuencias de traicionar a la gente. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a madurar.


Ser alguien en quien la gente puede confiar es una gran bendición. Si no eres digno de confianza entrega esa debilidad a Dios y pídele que te transforme. Si por el contrario eres confiable como Juan el Apóstol, sigue cuidando las espaldas de la gente, y pido al Señor que te recompense por tu fidelidad a Él y a tus seres queridos.


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